Cientos de turistas viajan hasta un valle llamado Osore-zan o “Monte del Miedo”, en Japón, territorio de “Las ITAKO”, mujeres ciegas que son formadas desde su infancia para ser el puente, entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y que durante cuatro días al año abandonan su aislamiento para entablar contacto con el mundo de los espíritus. En el pasado cuando una niña nacía ciega o perdía la vista, sus familiares la dejaban en manos de las itako, estas se encargaban de su manutención y la adiestraban en la práctica de la mediumnidad. De este modo, las jóvenes invidentes podían ganarse la vida y obtener el respaldo de la sociedad. Para llegar, en Tokio se toma el tren hacia la provincia de Saitama. Allí se alquila un coche para dirigirse hacia el norte del país, cruzando las provincias de Tochigi, Fukushima, Miyagi, Iwate y Akita, hasta llegar a la pequeña ciudad de Mutsu, puerta de entrada a la península de Shimokita. Por último se conduce por unas horas más a través de un espeso bosque, en medio del que se dice, existen fuentes de agua que tienen fama de curativas, hasta llegar a las faldas del monte Osore-zan,cráter de un antiguo volcán dormido dónde se encuentra el Lago Usorizan. Junto al lago, casi oculto por la niebla, se levanta el templo budista Entsuji, construido allí en el siglo IX. En el interior del templo, dentro de pequeñas tiendas de campaña, las itako atienden a cientos de personas. Después de charlar minutos con el consultante para saber qué espíritu deben convocar, entran en un trance dónde cantan balanceándose, para transmitir las palabras de los espíritus.
-INICIACIÓN O SUICIDIO-
Para convertirse en médiums, las niñas itako aspirantes, deben superar unas durísimas pruebas. Deben aprender de memoria invocaciones y oraciones larguísimas, y vivir en condiciones de extrema abstinencia aisladas del mundo, únicamente con la compañía de otras itako mayores. Cuando sus maestras consideran que se están suficientemente preparadas, la prueba final consiste en encerrarlas en una minúscula choza durante veintiún días, cada una por separado, en la que sólo se alimentaran de raíces y agua. Pasado ese tiempo, la muchacha tendrá que probarle al cónclave de itakos, que efectivamente estableció contacto con el espíritu que le dará el poder para realizar su trabajo. Pero si, el cónclave determina que no ha conseguido esa unión, es desterrada a la soledad de las montañas, en dónde estará obligada a quitarse la vida. Las itako creen en la existencia de una variedad de dioses provenientes de diversas tradiciones, tales como el animismo, budismo o sintoísmo. Donde consultan, se rodean de pequeñas ofrendas caramelos, galletas o jugos, y visten indumentarias típicas como un kimono blanco, sobre el cual colocan una capa grabada con símbolos sagrados. Atraviesan su pecho con una cinta de tela bordada, en su espalda portan una campana, y sobre su regazo un largo rosario formado de bolas de madera parecido al de los practicantes del budismo. A veces también utilizan el espíritu de ciertos animales para realizar sus trabajos, por lo que de sus ropas, cuelgan colmillos y mandíbulas de animales. Aunque son muy respetadas en todo Japón, tanto como una tradición, las itako son un fenómeno que está condenado a la desaparición, porque con la tecnología de hoy, ya muchas de las afecciones de la vista son posibles de curar, por lo que no es necesario que las familias entreguen a sus hijas a una vida tan rigurosa, y en la que se tienen que enfrentar al aislamiento, a las torturas espirituales, psíquicas y hasta a la muerte.