En la edad media era de gran importancia que cada héroe cargara con su propia espada, incluso con simbología escrita en ella que definiera a que dueño pertenecía. Entre todas las espadas la más famosa en la historia fue “Excalibur”, que según la leyenda fue otorgada al Rey Arturo por Merlín, el mago y consejero. Al acercarse su muerte, Arturo ordeno a sus caballeros que arrojaran la espada al estanque dónde habita “La Dama del Lago Nimue”, para que nadie más la usara. Nimue apareció vestida en seda blanca, y tomo la espada sumergiéndose con ella en el lago para siempre. Este relato parece estar basado en costumbres de los pueblos celtas, de lanzar a un lago las pertenencias de un gran guerrero al morir como ofrenda a los dioses. Sin embargo, hay otra leyenda del año 1130, en las historias recogidas por Geoffrey de Monmouth, clérigo, canónigo docente, y escritor de la “Materia Artúrica”, que habla de una espada enclavada en una piedra por acción divina, pero nunca se mencionó que fuera liberada de esta piedra. Se cree que Geoffrey baso sus historias, en otras leyendas contadas por los monjes de Cluny, un grupo que derivaba de los monjes benedictinos. En la historia se narra que un caballero italiano, de la provincia de Siena, llamado Galgano, cuyo comportamiento había sido siempre arrogante, violento y lujurioso, cambio su vida a causa de una visión que tubo con el arcángel San Miguel, quién lo guió hasta la colina de Monte Siepi, en la Toscana, Italia, para hablar con los doce Apóstoles y Jesús. En la subida a la colina su caballo se negó a seguir, lo que le obligó a acudir caminando por sí solo a la cima.